Últimamente estoy siendo más consciente de las sensaciones que tengo cuando estoy con mis hijos y estoy encontrándome con algunos aspectos de mi misma que no me gustan demasiado.
 
Mi hijo, es un bebé de 8 meses, simpático, alegre, siempre, siempre tiene una sonrisa, es feliz y cuando me mira se le ilumina la cara. Cuando le miro me siento genial, me siento reconfortada, feliz. 
 
Además está en una etapa muy graciosa en la que no para quieto, quiere andar, dice algunas palabras, hace los 5 lobitos, hace tortitas…..en definitiva es adorable. Y eso su hermana lo está acusando y mucho.
 
Mi hija, tiene 5 años y es una niña de alta demanda. Siempre ha sido difícil de contentar, pero después de unos primeros meses/años complicados habíamos llegado a tener un cierto y llevadero equilibrio. Equilibrio que se ha desmoronado por completo con la llegada de su hermano. Cuanto más crece y evoluciona él, más lo acusa ella, y lo hace en forma de más demandas, más exigencias, más inconformismo, más rabietas, está malhumorada casi todo el rato y nunca está satisfecha. 
 
Y así como si de un imán se tratase noto que vuelvo mi mirada hacia el niño, alegre y sonriente. Supongo que simplemente porque el ser humano en general tiende a lo fácil y a la felicidad, y ese es mi niño, más fácil de llevar y feliz. 
 
Con ella todo es mucho más difícil y trato de buscar estrategias y la manera de conectar, pero la verdad es que eso requiere tiempo y claridad mental y a veces en el día a día simplemente nos dedicamos a sobrevivir sin tiempo para  más.
 
Sólo cuando consigo parar y mirarla de verdad, con el corazón, veo todo lo bueno que tiene, y veo que todo lo que pide está justificado, necesita todo eso y más. Y cuando saco tiempo para ella, exclusivamente para ella, todo fluye, no hay exigencias, no hay malhumor. Estamos solo ella y yo, conectadas, felices.
 
La pena es que son  pocos los momentos en que nos podemos dedicar así de verdad, disfrutando de nuestra compañía y lo que más hay son momentos de tensión en los que sin darte cuenta vuelves la vista hacia lo más sencillo, hacia el oasís que te hace llevar mejor todo lo demás.
Porque como dice la famosa frase: 
«Quiéreme cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite»