Últimamente me estoy dando cuenta que me paso el día comparando a mis niños tanto en la vida diaria como aquí. Y es algo que no me gusta porque parece que cuando comparas es porque lo que hace uno está bien y lo que hace el otro no, y eso no es verdad. Si les comparo es para poder explicar mejor algunas de  las  características de los niños de alta demanda.
 
Pero la realidad es que los dos son seres muy especiales, cada uno a su manera, sin comparaciones, y cada uno me aporta una cosa distinta.
 
Mi hija, me aporta sabiduría. Ella es la que ha puesto mi vida patas arriba y le ha dado sentido. Ella es la que me ha abierto la puerta de un nuevo mundo, de una nueva forma de ser, de hacer y de sentir. Todo lo que ahora soy se lo debo a ella, a todas y cada una de sus cualidades.
 
Mi hijo me aporta ternura . Él me está haciendo disfrutar de una época de mi vida que con mi hija no supe disfrutar y me está reconciliando con los primeros meses de la maternidad.
 
Los dos se complementan y sin ellos mi vida quizá sería más fácil pero no estaría completa.