Con esas palabras me despertaba mi hija ayer, dos horas antes de su hora habitual.
Halloween es una fiesta que llevamos muy poco tiempo celebrando. 
Otros años se ha disfrazado, ha metido en una calabaza de juguete alguna chuche y también hemos hecho alguna manualidad para decorar la casa.

Pero este año quería más, quería salir a la calle a pedir caramelos como ha visto en los dibujos de la tele y yo no tenía ni idea de si por aquí se hacía algo así.

La noche anterior la costó dormirse más de una hora porque estaba nerviosa. Y por la  mañana amaneció toda emocionada, diciendo que aún faltaban muchas cosas para tener la casa lista.

El día amaneció muy muy frío, pero ella estaba tan entusiasmada que nos tapamos bien y por la tarde-noche sin tener muy claro lo que hacíamos salimos a la calle. Resulta que sí que encontramos más niños pidiendo caramelos, pero algunos de los disfraces que llevaban daban bastante miedo y mi hija se debatía entre las ganas y el miedo. 

Finalmente dimos un paseo, conseguimos algunos caramelos y luego nos fuimos con unos amigos a terminar la tarde.

Ella estaba contenta porque la dieron caramelos, emocionada porque era la primera vez que salía a celebrar Halloween y asustada por algunos disfraces. 
En definitiva, tuvimos un día muy intenso como siempre que hay algo especial. Pone todas sus emociones en el asador y termina el día exultante y agotada de pura emoción.

Los niños de alta demanda tienen una gran sensibilidad emocional y además lo viven todo con mucha intensidad.