El siguiente capítulo de nuestras vacaciones fue una parada en casa de unos familiares con una nena de la edad de la mía. Pasamos un par de días con ellos, así que la convivencia fue total.
Durante esos días la otra mamá y yo hablamos de lo difícil que a veces es la maternidad, de que era más fácil cuando son bebés porque con 5 años todo se complica, de lo que nos depara el futuro, del apego, de las normas….en fin de todo un poco. Para amenizar estas conversaciones teníamos a las niñas alrededor, la suya comportándose como una niña normal, es decir, a veces no hacía caso, corría, saltaba, no recogía, no quería comer…vamos lo normal. Y mientras mi niña se comportaba como una niña modelo: hacía caso a la primera, se comía todo lo que le echaban en el plato sin rechistar, no gritaba…se comportaba de un modo casi adulto.
La otra mamá creo que en algún punto de la convivencia pensó que yo debo de estar un poco loca por tener este blog y por haber escrito un libro titulado: «Hijos intensos», porque la verdad es que durante esos días mi hija no se comportó de manera intensa, al contrario lo hizo de una manera equilibrada y responsable.
Hubo veces que incluso yo me lo creí. Mi niña se había transformado por completo y la verdad era muy agradable estar con ella, sin tener que andar todo el día negociando, sin enfados, sin malas caras….
Pero volvímos a casa y…todo lo que había acumulado durante esos días salió y de qué manera. Volvieron las luchas para cenar, para recoger los juguetes, para ir a dormir, y otra vez tuvimos que volver a las negociaciones, a explicar las cosas una y otra vez, a inventar, a ser creativos para cualquier tarea cotidiana.
Ahora lo miro en perspectiva y veo que mi hija se comportó casi como un robot, contenida, reprimida. Nuestro día a día es mucho más cansado pero también mucho más «vivo», y merece la pena.