Hace unos días, una amiga organizó un evento para regalar abrazos. Fue el sábado pasado y allí nos fuimos mi familia y yo dispuestos a dar y recibir abrazos.

 

Cuando llegamos recibimos los calurosos abrazos de los que ya habían llegado y después nos disponíamos a unirnos a ellos, cuando de repente me entró el miedo escénico, me di cuenta que me daba mucha vergüenza ponerme a abrazar a la gente.

 

Como iba con mi niña y mi peque, enseguida tuve la excusa para retirarme un poco, y me puse a dar el pecho a mi niño, mientras veía a los demás cómo ofrecían sus abrazos a la gente.

 

La experiencia fue alucinante porque pude ver las distintas reacciones de la gente: había gente reacia, que pasaba con prisa y se negaba, había gente que miraba de reojillo y al final con una mezcla entre miedo y reparo se acercaban a recibir su abrazo, y por último había mucha gente que ponían una sonrisa de oreja a oreja y decían: ¿un abrazo? claro que sí. Y se daban un abrazo de los buenos, de los que ves realmente como pasa la energía de uno a otro, de los que reconfortan y te dejan como nuevo.

 

Yo seguía un poco alejada con mis niños y me seguía costando unirme al grupo. Además estaba mi nena pegadita a mi en un abrazo continuo.

 

Al final, después de mucho observar y disfrutar viendo a los demás me decidí y logré dar unos cuantos abrazos, y ummm que sensación, qué bienestar.

 

Con un abrazo se comunican muchas cosas sin hablar, nos da seguridad y confianza.
Cuando das un abrazo, recibes otro a cambio.

 

Abrazar es algo maravilloso. Por eso no debemos olvidarnos de hacerlo.

A veces vamos con mucha prisa por la vida y se nos olvida que algo que cuesta tan poco resulta reconfortante para las dos partes.

Nuestros hijos de alta demanda necesitan mucho contacto físico. ¡Qué mejor manera de dárselo que con un abrazo!