Muchas veces debido a las prisas y a la inercia del día a día, no somos conscientes de nuestras palabras, del tono que usamos, de cómo hablamos y sobre todo de lo que decimos.

Esto afecta especialmente a los niños y más a los niños de alta demanda que son extremadamente sensibles.

Es fácil que cuando estamos agotadas o desbordadas salgan de nuestra boca frases como: «me vuelves loca», «no haces caso de nada», «me vas a matar de un disgusto», «déjame en paz» y otras aún peores. Estas frases son como cuchillos afilados que se clavan en la mente de nuestros hijos, y minan su autoestima.

Las palabras dichas con desprecio hacen tanto daño como los cachetes.

Lo mismo pasa si ignoramos a nuestros hijos.

Vamos a intentar ser más conscientes de lo que decimos y a transfomar esas palabras hirientes en palabras bonitas que demuestren todo nuestro amor.

 

Aquí podeis ver un vídeo cortito de un experimento muy curioso en el que queda claro el poder que tienen las palabras.